El abuelo salió temprano, de madrugada.
Llevaba bastón, boina y una ligera maleta.
Después de una larga ausencia volvía a su casa, donde
vivían sus hijos y su nieto. Pasar la montaña no había sido nada fácil.
Le acompañaban la soledad y los trinos de los pájaros.
La vegetación rodeaba el vasto paisaje. Un riachuelo con una pequeña cascada bajaba de la montaña.
Se sentó sobre una piedra, comió y sació su hambre.
Llegó a una llanura. A lo lejos se divisaba una casa,
la que siempre fue del abuelo.
Al acercarse a ella, le invadió la emoción.
Una criatura de ocho años, flequillo en la frente y
con tirantes, alzaba las manos gritando: "¡Abuelo... Abuelo... Abuelo... Abuelo!".
Era lo que el abuelo oía: una voz pueril y lejana.
El nieto, con lágrimas de emoción, abrazó y besó a su abuelo.
Agarrados de la mano caminaron hacia lo lejos, donde
se divisaba la casa.
Los padres, en el dintel de la puerta, esperaban la llegada.
¡Qué reconfortante y agradable es convivir con amor! Abuelo, hijos y nieto: todos en uno.